dilluns, 18 d’octubre del 2010

El qué y el cómo

Media España vive pendiente del desenlace del matrimonio de Belén Esteban. Mientras que la intención de ir a votar a las próximas elecciones se desploma, la página web de Telecinco registra una altísima participación en el cuestionario “¿Crees que Belén Esteban debería perdonar a Fran Álvarez?”

El caso es que este nuevo capítulo de las desventuras de la princesa del pueblo ha desatado un agrio debate en Telecinco sobre la infidelidad, la monogamia y el matrimonio (!), cuando ni siquiera técnicamente, el pobre Fran le ha puesto los cuernos a la Esteban, ya que sus escarceos amorosos tuvieron lugar, presuntamente, cuando ellos dos estaban separados.

Personalmente, creo que la “gravedad” del tema no reside en la búsqueda de calor y cariño por parte del susodicho, sino en lo ingenuo y estúpido del tropiezo. Porque cuando uno es un anónimo y tiene un secreto a veces es suficiente con cruzar los dedos, ponerle un poco de teatro y echar un par de rezos a la virgen del Carmen, pero cuando uno se casa con la Esteban debe tener una cierta habilidad mediática, ya que el riesgo de que alguien vaya directamente a Antena 3 a cobrar un generoso cheque es importante. No es una cuestión de naturaleza amorosa, sino económica: la pela es la pela, y más en tiempos de crisis.

Pero lo peor, lo peor de todo es lo vulgar del asunto. No creo que de estos dos se pueda esperar una historia dramática y culpable estilo “Breve encuentro” o cool como en “Sexo, mentiras y cintas de vídeo”, pero al menos algo con un poco de tirón literario.

Como todo en esta vida, lo de los cuernos también tiene sus modas y sus mitos. Precisamente la infidelidad como fenómeno nos regaló en el siglo XIX algunas de las grandes obras maestras de la literatura, en concreto la tríada de “Madame Bovary”, “Anna Karénina” y “La Regenta”, que a través de las aventuras extramatrimoniales de sus protagonistas, sus respectivos autores ponían en duda la estructura misma de la sociedad, en particular, la burguesa. Para nada interesa la infidelidad masculina, el marido se va de putas o tiene un amante y a falta de generar ningún tipo de conflicto, aquí se acaba la novela.

La progresiva emancipación del sexo femenino pinta un siglo XX más variado y también, más divertido: aparecen mujeres maduritas a las que les gustan los adolescentes (la Mrs. Robinson de “El Graduado”...o ya traspasando la ficción y en el siglo XXI, la Mrs. Robinson de Irlanda del Norte), cuentos de hadas que se prolongan más allá de la feliz boda con resultados catastróficos (érase una vez una chica más bien mona y de buena familia que se casa con un príncipe. Él sigue con su amante de la adolescencia y se acaban divorciando creando una crisis monárquica. Precisamente es la insistencia en querer perpetuar un modelo caduco como el matrimonio de conveniencia lo que da lugar al desastre), mujeres que se siguen aburriendo con su marido (“Los puentes de Madison”), amigos que niegan su aparente atracción y tensión sexual (“Walk the Line”, biopic de Johnny Cash y June Carter), femmes fatales que seducen a los que se dejan seducir (Glenn Close en “Atracción fatal”), viejas amantes que aparecen de nuevo (“La Femme d'à Côté”), chicas que mantienen una relación con un hombre casado (el personaje de Carrie Fisher en “Cuando Harry encontró a Sally”) o cuarentones amargados porque su mujer es Sarah Palin (típico caso de Mulier Horribilis) y necesitan un respiro (“American Beauty”).

Incluso el rock and roll, el pop y el jazz nos han hecho bailar, llorar o evadirnos a costa de la infidelidad. Según Rolling Stone “Layla” es una de las 50 mejores canciones de todos los tiempos. Detrás de la desesperación desbordante de la guitarra de Clapton surge una súplica que básicamente viene a decirle a Pattie Boyd (la mujer de su mejor amigo, George Harrison) que de una vez por todas pase de las palabras a la acción. ¿Alguien piensa en tirar piedras al pobre de Eric cuando dice: please don't say we'll never find a way and tell me all my love is in vain?

De la misma manera ¿quién no siente simpatía por Mrs. Jones o por Michael McDonald en “I Keep Forgetting? ¿Es posible no bailar al son de “Part Time Lover” de Stevie Wonder porque la historia que cuenta nos parece inmoral? ¿Quién no siente los celos de Linda Ronstadt cuando le pide a su amante que no vuelva con su mujer en “Hurts so bad”? ¿Quién piensa mal de la inocente Whitney Houston cuando canta la balada “Saving all my love for you”? ¿Es alguien capaz de no llorar con la voz moribunda de Billie Holiday en “I'm a fool to want you”? ¿Quién le puede reprochar nada a alguien que confiesa: I know it's wrong, it must be wrong, but right or wrong I can't get along without you?

Pero por otro lado, también somos capaces de ponernos en el lugar de Dolly Parton en “Jolene” (yo si fuera la tal señora dejaría en paz el marido de la Parton, te podría ahogar con su sujetador talla 120) ¿Alguien no está de acuerdo con los Fleetwood Mac y aquello de players only love you when they are playing de “Dreams”? ¿Quién no ha creído al escuchar “Caught out there” de Kelis que ya era hora que una horda de mujeres hartas de infidelidades se manifiesten por las calles y griten con todas sus fuerzas: I HATE YOU SO MUCH RIGHT NOW..AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHH!

En cambio, de vuelta a la realidad y al salón de casa, uno se encuentra a un pobre Fran “de Esteban” empotrado entre Jorge Javier Vázquez (brazo en cabestrillo y atornillado included), una foto de su boda y Rosa de Benito, alias la mamá televisiva de Belén. Durante toda la entrevista, el pobrecito pecador no para de sudar, balbucea y su voz se rompe cada dos por tres. Entre confesión y confesión repite sin cesar palabras de arrepentimiento y sonríe como un niño cuando dice que lo único que quiere es “volver a casa”.

Qué menos que esperarse que en ese momento el realizador metiera alguna balada empalagosa, rollo Barry Manilow ( “Mandy” iba que ni al pego)...pero no. En la línea del cachondeíto que llevan estos siempre, Jorge Javier le pide a Karmele que cante algo, a lo cual la tortosina responde destrozando la copla “El Romance de la Reina Mercedes”.

Una de las cosas más importantes a la hora de crear una historia es el ambiente. Sino que se lo pregunten a Chris Carter. La audiencia de Expediente X empezó a decaer a partir de la sexta temporada, cuando decidieron trasladar el set de los brumosos bosques de Vancouver a la soleada California. Es difícil imaginarse nada trágico al mediodía, a pleno sol o entre el bullicio de la gente. Y personalmente esto lo utilizo como atenuante del “delito” del bueno de Fran, que perpetró su “crimen” a plena luz del día. Escenario escogido: la barbacoa de un colega. Uno se figura fácilmente la estampa: unos chicos, unas chicas, unas cervecitas mientras se hace la carne, un vermutillo, el vino para comer, unos Bailey's de postre. La sobremesa es una hora muy traicionera...y las siestas las carga el diablo. El pobre Fran se vio superado por el sopor post comilona, la influencia del alcohol y su necesidad de afecto... y de sexo también.

En las películas y en la televisión la música, los decorados y la localización sirven para definir la importancia de una secuencia. Pensemos que en la vida real es también así. ¿Qué importancia puede tener un polvo en una barbacoa? Eso es una mierda de escena que sólo tiene sentido en una película de Ben Stiller.

Pongamos ahora que Fran lleva un poco más de rodaje y neuronas en la cabeza y la supuesta amante tiene más dignidad y menos cara de grillo.

Una tarde un coche sale de la ciudad, atravesando una carretera rodeada de descampados sucios y polígonos industriales. Es otoño y lloviznea a ratos. Dos personas ocupan el vehículo, un hombre, al volante, y una mujer, visiblemente en tensión. Los dos van vestidos de colores oscuros y no hablan, sólo miran la carretera en una especie de ejercicio de negación del otro. En la radio suena la inquietante Triad de Jefferson Airplane. Progresivamente, primero uno y luego el otro, empiezan a descifrar la letra, y se revuelven incómodos en sus asientos, intentando reprimir las ganas de escapar de esa situación. En verdad, ella no sabe muy bien qué hace allí pero piensa que como no lleva el volante, siempre podrá aducir que no estaba en control del tema. Él, por su parte, no tiene ni idea de hacia donde va, pero se reafirma en que no hay nada malo en conducir, en todo caso, un coche tiene puertas y nunca es tarde para bajarse de él. Pasan los minutos y la carretera desaparece en la autopista. Él pisa el acelerador y ella, que odia la velocidad, se agarra al cinturón de seguridad encomendándose al primer santo que le pasa por la cabeza, recordando que hace tan sólo veinte minutos estaba con los pies sobre el suelo, en una calle conocida y segura, y no en una escena de “Brokeback Mountain”. Ahora se acercan hacia un cartel enorme que anuncia un hotel barato, como aquellos que hay en la AP-7, con sus sábanas frías y ásperas, donde ni siquiera te ponen jaboncitos en el baño. Ella se gira a mirarlo y cuando se vuelve a dejar caer en el asiento nota, de reojo, que no es la única que se ha fijado en el cartel. Durante un sólo segundo fatal sus miradas se cruzan y de repente, uno casi puede oír sus cerebros, que suenan como cuando la caja registradora saca el ticket con la suma de lo comprado.


Tric tric tric tric tric...


El desenlace no importa demasiado para mí (aunque se aceptan propuestas... ¿hay de verdad tanta diferencia en desear algo vehementemente y ejecutarlo?) pero estoy segura que para Belén Esteban esta nueva situación, con mucha más carga emocional y erótica, podría resultar en el adiós definitivo a Fran. Y me juego el cuello que si esta ficción fuera cierta no sería un 63,78% de los internautas el que pediría el perdón.


¿No os parece que el qué tiene mucho del cómo?