divendres, 20 de novembre del 2009

de amore (II)

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A propósito de esto, Sandy Stewart afirma en la canción “House of love” (Blue Yonder, 1987): “I watch the months go by, I try to justify my list of things to do when all I want is to be with you”. Debo señalar el carácter intencional de esta afirmación, ella se “obliga” a seguir con su “list of things to do”, intenta (try) obviar su verdadera voluntad, “to be with you”.

El inicial dominio absoluto del amor lo hace incompatible hasta con el quehacer más mecánico de la vida cotidiana, y aún y cuando no choca directamente con lo establecido (la monogamia, el matrimonio o alguna convención social como la edad o el sexo) siempre hace peligrar, aunque sea mínimamente, la vida social, pues cambia las costumbres de la persona enamorada.

Si viajamos al génesis de este amor-pasión, amor courtois o como le queráis llamar, encontramos no pocos casos de tal fatal arrebato. No sólo el amor infiel de Tristán e Isolda es antisocial per se y pone en peligro la estabilidad del reino de Marc (todo por culpa de los malditos lauzengiers, la mezcla de política y sexo es lo más explosivo que se me puede ocurrir, y se me ocurren muchas maldades), sino que además tal sensación de desastre inminente se refuerza con algunas escenas mucho más explícitas. El único momento en que los dos amantes están realmente juntos se produce en el ámbito asocial y salvaje del bosque, donde viven como alimañas, debajo de los árboles y alimentándose exclusivamente de la caza y lo que encuentran por ahí.
Durante todo este pasaje, el lector respira la pesadumbre y tristeza de los amantes, que en vez de disfrutar de la libertad lejos de las miradas de la corte, languidecen asqueados en su nuevo estado, como si su amor sólo tuviera sentido dentro de los muros del castillo, dentro de la sociedad. Así pues, aunque el mundo conspira contra su relación, ésta no tiene sentido sin él.

El genial Chrétien de Troyes nos explica el porqué en sus romans. En “El caballero de la carreta” nos presenta a la mejor dama sobre la tierra, Ginebra, y al más excelente de sus caballeros, Lancelot. El del Lago vaga por el mundo buscando a su reina, que ha sido secuestrada por un malvado. La aventura le obliga a realizar las más maravillosas gestas, acciones de amor para llegar hasta su amada, que no están exemptas de su pertinente simbolismo iniciático.

Pero si quiere salir victorioso, deberá antes pasar por la más dura prueba: perder toda su honra como caballero y persona, subiendo a una infame carreta (1). Lancelot se rebaja de la manera más vil para recuperar e incluso multiplicar su fama durante esa búsqueda, en la que redime su humillación encontrando a la reina, que a su vez ha sido, de manera indirecta, la causante de su caída.

Pero justo antes de llegar a donde ella está recluida, debe pasar por un último trance: cruzar el puente de la espada, una plataforma que rebana a todo el que osa traspasarla. No es necesario explicar el simbolismo del puente, pero sí el hecho de que, para alcanzar finalmente su objetivo amoroso, debe sentir el peor de los dolores. Un mal presagio de lo que encontrará en el futuro, cuando pase de ser un mero caballero al caballero de la reina.


El amor es el causante de las azañas de Lancelot, que se caracteriza por su valentía. Su ser es inseparable de su condición de caballero, a la vez indivisible de su condición de persona enamorada. La identidad de Lancelot se puede resumir en un sustantivo y su complemento: un caballero enamorado.

Pero sus obligaciones y sus pasiones son incompatibles, aunque sean consecuencia la una de la otra. El del Lago se debe a su señor, el rey Arturo, pero también a su señora, midons (2). Y bien se sabe que no se puede servir a dos amos a la vez. Admirar de manera ideal a la reina es casi una obligación como caballero real, pero consumar su pasión es una grave afrenta para el rey (3).

Por ella, todo lo tiene y todo lo pierde. Ella es, en definitiva, la carreta.

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(1) La carreta era, sin dura, la peor de las afrentas medievales: la exposición al escarnio popular (algo así como salir en la tele saliendo del cuartelillo o del furgón de los Mossos) y al maltrato del vulgo, que tenía vía libre para insultar, arrojar heces, comida podrida, etc...al reo en la carreta. ¿Para qué avisar de las consecuencias de cometer una falta cuando se puede ejemplarizar con los hechos?

(2) La mayoría de las cansons corteses están escritas para un destinatario en masculino. Aunque el objeto de la obra sea una dama, ésta adquiere el trato de "señor" para emfatizar su poder feudal trasladado a las relaciones amorosas. Es bueno clarificar este punto; más de uno se ha pensado que todos los trovadores eran homosexuales.

(3) Muchos usos del siglo XI y XII nos pueden parecer extraños hoy en día. Los reyes y nobles eran, en cierta manera, muy cercanos a su corte. Incluso sus hombres de más confianza tenían el honor de dormir en la misma habitación de su señor, y no había nada raro en que dos hombres compartieran el mismo lecho, que se abrazaran, se dijeran que se querían o se besaran en la boca. Los remilgos empezaron a venir después de la cruzada albigense. Incluso las mujeres gozaban de más libertad que en siglos posteriores, porque estaba de moda que estudiaran y fueran resueltas (así se podrían vender más "caras "como esposas, no seamos ingenuos, además, los nobles estaban fuera en la guerra durante mucho tiempo. Debían tener una persona válida a su lado que se encargara de sus tierras y sus asuntos. Él era el guerrero; ella la política, y el futuro de esas posesiones dependían en gran medida de la gestión de la señora).

En esta época del amor cortés era un honor tener un artista, un poeta, que escribiera canciones sobre la mujer de uno, era un hecho honroso y que daba fama, incluso si se insinuaba cierta admiración amorosa. Eso sí, que llegara hasta allí. Ser progre se llevaba (el mundo no ha cambiado ni pizca, las clases altas mantienen el jugar al progre como su hobby preferido era de persona refinada. Por eso la literatura y las leyendas castigan al marido celoso (en general, se burlan tanto de los difamadores, los conspiradores políticos de la corte, como del marido que rabia, no hay personaje más ridículo. Quiero aclarar que Arturo no está celoso, sólo se deja enbaucar por los lauzengiers). Abundan los relatos sobre el llamado "cor menjat", como el que explican de Guillem de Cabestany, al que un noble celoso hace matar y cocinar su corazón. Después se lo da a comer a su esposa, sobre la que Guillem escribía sus canciones. Al decirle que ese apetitoso manjar era el corazón del trobador, la mujer replica "Senyor, m´heu donat tan bona menja que mai més no en menjaré d'altra". Acto seguido se tira por una ventana. La leyenda concluye diciendo que el rey al saber lo que ha hecho el noble, lo encierra en la cárcel (por no entender que todo es un juego cortés), donde muere .Esta historia es del todo falsa, pero forma parte de la "vidas" del trobador, y no se puede negar su belleza.