dimarts, 25 d’agost del 2009

don't you (forget about me)

“We're all pretty bizarre. Some of us are just better at hiding it, that's all”.


Andrew Clark (Emilio Estévez). The Breakfast Club, 1985.








Los ochenta marcaron un antes y un después de la manera de hacer cine. Crearon estándares y pulieron la estructura de lo que denominamos hoy la típica película made in Hollywood.
Entre sus aportaciones, cabe destacar el nuevo ritmo que se impuso en los films. La aparición de la MTV no sólo revolucionó la forma de entender el merchandising musical, sino que influenció considerablemente la forma de montar los largometrajes, más rápidos, al son de alguna canción pegadiza que vendería la banda sonora y a la vez, la película.


Esta nueva tendencia se puede observar claramente en títulos como “Flashdance”, recordada sobre todo por las escenas musicales, como la secuencia donde Jennifer Beals baila “He’s a dream” de Shandi, con ducha incluida, o la escena final en que coreografía “What a feeling” de Irene Cara. Ningún género se escapaba ya de los tentáculos del canal musical: en “Top Gun”, los cazas rompen el cielo con música de Kenny Loggins.


Estructura típica: érase una vez un chico/chica con talento, que oculta algún trauma familiar o afectivo que le impide alcanzar su sueño. Una inyección de confianza y un poco de suerte le permiten al final, cumplir su misión con éxito. Sin embargo, durante el film, e intentaré no ponerme demasiado progre, el espectador se traga “Sí, Bwana”, todos los tópicos del American way of life.

La papilla, aunque con diferentes sabores según el caso, se compone con la legítima búsqueda de la propia identidad y del lugar en el mundo, que culmina con la realización del sueño norteamericano (por algo, la constitución del país reconoce el derecho de todos sus ciudadanos a buscar la felicidad). El avión presenta todas las piruetas tópicas: una exhibición de los deportes típicos (futbol, basketball, baseball…), fritangas como patatas y hamburguesas, los bares oscuros y de luz verdosa donde se bebe Budweiser y Jack Daniel’s, las citas perfectas que acaban con un casto beso de buenas noches, y los coches rápidos y caros, a poder ser rojos y deportivos, sin olvidar alguna escena lacrimógena donde se cuele como si tal cosa la bandera con sus barritas y sus estrellitas.


Muchos de estos títulos llevan la rúbrica de Jerry Bruckheimer y Don Simpson, que producirían películas como “Mentes Peligrosas”, “La Roca”, “Con Air”, “Pearl Harbor”, “Armageddon” o la anteriormente mencionada “Flashdance”.( No debemos olvidar que una de las citas más célebres de Simpson era: "We have no obligation to make history. We have no obligation to make art. We have no obligation to make a statement. Our obligation is to make money”).


Pero en el mundo del éxito, también habría un espacio para los inadaptados, los señalados, los parias. Porque lo alternativo, callándolas, genera muchas veces más dólares que lo vulgar.


Hace unas semanas, Hollywood despedía al director y productor John Hughes (1950), que moría repentinamente de un ataque al corazón en plena calle.
La carrera de Hughes despegó en los ochenta con cintas como “Sixteen Candles”, “ National Lampoon’s Vacation” (cuya banda sonora incluye la maravillosa “Holiday Road” de Lindsey Buckingham) o “Some Kind of Wonderful” (con Mary Stuart Masterson y Lea Thompson), la mayoría centradas en el ambiente de los institutos, y dirigidas a un público adolescente, que en esa época despuntaba como uno de los mercados más provechosos económicamente por el aumento de su poder adquisitivo, que derrochaba en cine, VHS, vinilos, arcades, Clearasil, laca y hombreras (el teléfono, fijo, lo pagaban los padres).


Pero sobretodo, Hughes será recordado por la cinta de culto “The Breakfast Club”, traducida al castellano como “El club de los cinco”. El film demuestra que no hace falta ni efectos especiales ni escenas frenéticas para conseguir una buena película, ni siquiera una historia emocionante, sólo un buen guión. Y es que, el noventa por ciento de las secuencias tienen lugar en una biblioteca, donde los cinco castigados, representantes cada uno de un tópico del universo social de los institutos, se enfrentan a sus propios prejuicios y miedos, como el temor al futuro, al ser excluido o a decepcionar a los padres. La película enfrenta cara a cara a los adolescentes triunfadores como el deportista o la reina del baile, con los marginados: el empollón, la rara o el gamberro. La fórmula no era nueva (y podemos recordar “Rebelde sin causa”), pero evolucionaba a un producto más fresco y menos dramático.


The Breakfast Club, 1985

Para ello, Hughes confió en jóvenes actores como Emilio Estévez (hermano de Charlie Sheen e hijo de Martin Sheen), Molly Ringwald (que ya había aparecido en “Sixteen Candles”, al igual que Anthony Michael Hall, otro de los personajes de la película), Judd Nelson o Ally Sheedy. Estos actores y este nuevo sub-género sería bautizado con el nombre “Brat Pack”, y ocasionalmente saldría del mundo del instituto para mostrar el de la universidad, como la cinta “St. Elmo’s Fire”, en la que también aparece una jovencísima Demi Moore. En el cesto del Brat Pack, ocasionalmente se incluyen figuras que más tarde se despegarían de la etiqueta debido a su éxito, como Tom Cruise. No así muchos de los actores citados anteriormente, o Andrew McCarthy, protagonista de “Mannequin”, título a destacar por la participación de Kim Cattral (la Samantha de “Sexo en Nueva York”) o la canción de la banda sonora “Nothing’s Gonna Stop Us Now” de Starship, lo que quedaba del legendario grupo Jefferson Airplane (lo cual es sintomático: de Woodstock a sintetizadores y películas comerciales anunciadas en neón).


Y es que la música, como hemos dicho antes, era otro de los ingredientes básicos de la receta película made in the 80’s, y también, del Brat Pack. “The Breakfast Club” incluía uno de los grandes clásicos de la década, “Don’ t you (forget about me)”, canción interpretada por Simple Minds.


No importa que no hayamos visto ninguna de estas películas, porque están presentes en todas las producciones dirigidas a adolescentes, y explica, en gran parte, el auge de series norteamericanas a finales de los ochenta y principios de los noventa centradas en institutos (“Salvados por la campana” o “Sensación de Vivir”). El tópico simpático de Hughes, se convirtió, con el uso, en una caricatura que, aunque conservaba los trazos del dibujo, había perdido la esencia del personaje. De hecho, durante los noventa, el director y productor se distanció de ese tipo de películas y se centró en el público infantil, siendo responsable de títulos como “Sólo en casa” o “Daniel el Travieso”.

Aún y las críticas que recibió en su momento el Brat Pack (todos los protagonistas eran blancos y pertenecían a la clase media) y la deformación que sufrió en los años posteriores, lo cierto es las primeras introspecciones en el género descubren que se puede evolucionar y cambiar, como que la marimacho de la clase puede salir con el chico sensible y culto, que la popular logra liberarse del machismo de su guapo y prepotente novio, que el descubrimiento de un tesoro hace que unos niños no tengan que abandonar sus casas en pos de la construcción de un campo de golf o que el gamberro puede sacarse una carrera.

Y es que para Hughes, todos, los agraciados y los feos; los exitosos y los desesperados; los tontos y los listos tienen algo en común: unos mismos problemas e inquietudes que finalmente, unen a todos en pos de la búsqueda de una solución. Hughes les creo (y nos creó) un escenario para poder soñar juntos, dentro y fuera de la pantalla.




Gracias John por esos preciosos recuerdos de infancia. Y parafraseando a Simple Minds: “We won’t (forget about you)”.

1 comentari:

  1. Tinc un record molt entranyable de "El club de los cinco" i recordo molt bé la cançó de Simple Minds. És cert, moltes pel·lícules de l'època van lligades a la música.

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