dimecres, 28 d’octubre del 2009

de amore (parte I)

Pero esa expresión, locamente enamorado, está tan manida, es tan ambigua y tan indefinida, que no me dice nada. Lo mismo se aplica a sentimientos nacidos a la media hora de haberse conocido, que a un cariño fuerte y verdadero”.

J. A.

A menudo, cuando discuto algún tema con una especial carga subjetiva, como puede ser la política, la religión o como no, los sentimientos, me encuentro que la conversación sólo se puede sostener si tratamos la cuestión desde un punto de vista teórico y nos alejamos todo lo posible de las consideraciones más personales.

No soy de las personas que dan su opinión a la ligera, por imposibilidad, timidez o simple pereza.

En la mayoría de las ocasiones dudo que la visión personal, la más instintiva, pueda dar mucho de sí en una discusión. Toda idea es, desde mi punto de vista, respetable y no ha lugar a debate . Nunca he tenido intención de evangelizar a nadie con mi perspectiva.

No obstante, cuando hablamos de algun tema, deberíamos tener en cuenta que las cosas se pueden abordar desde dos enfoques distintos, desde el ideal o desde lo realizable según las circunstancias. Esto puede parecer evidente, pero hay quién no lo sabe o no lo quiere quiere distinguir. Podemos caer en el peligro de tomar una opinión por una idealización teórica, más cercana a la literatura y la filosofía, que a lo que en tal caso se haría. O viceversa. Y uno se convierte a ojos de los otros en un ser artificioso o en un ingenuo.

Una vez aclarado este punto, si es que lo he expuesto inteligiblemente, me siento con las espaldas suficientemente cubiertas para poder hablar de un tema tan escurridizo como son los sentimientos.



Mi profesor de literatura medieval de la universidad comparaba el amor con una crisis (y Denis de Rougemont lo compara con una alergia).

En efecto, en el momento del cataclismo uno recurre instintivamente a la estrategia que le fue bien la última vez, y haciendo un símil con el contexto económico mundial actual, lo que funcionó en la última crisis, en el último enamoramiento, puede no funcionar ahora. Lo jodido del asunto es que uno se encuentra desprovisto de todos sus recursos cuando más los necesitaría y lo único que puede hacer es tirar de remiendos de la última teoría e ir tanteando, que no improvisando, el terreno para salir de tal crisis. No hay clave absoluta. Quién afirme tajantemente tener la solución o es un memo o un mentiroso, y ahora me refiero a cualquier contexto.

Independientemente de que la historia tenga un final feliz o desdichado, ésta requiere de cierta acción. Y no me refiero necesariamente a hechos, pero sí al cambio del sujeto, implícito a su nuevo estado “mental”, pero también a la transformación que hace intencionalmente para salir victorioso de la situación, para conquistar su objetivo. En cristiano, se tiene que espavilar.

Al decidir tomar esto como cierto, poco se entiende la fascinación del imaginario contemporáneo hacia relaciones como la de la desdichada pareja de amantes veroneses. El refranero popular dice de esto, y a propósito de otra famosa pareja, “tonta ella y tonto él”.

Nuestro ideal de amor actual es la mitificación de un calentón adolescente, lo que espero que no sea simptomático. Me pregunto cuanta gente realmente se habrá leído la obra. A mi juicio muy poca, puesto que tanto ensalzan dicha relación. En cuestión de genios literarios creo muy poco en la casualidad, y por algo el señor Shakespeare creó la figura de Rosalinda, de la que Romeo anteriormente había estado tan “locamente enamorado” y de cuya mudable pasión sus amigos se burlan.

Otra de las tibiezas con la que todos nos solemos llenar la boca es con la expresión “amor platónico”, a saber, un sentimiento fatal del que se excluye toda concupiscencia y que es propio de las novelas de caballerías y otras paparruchas por el estilo.

Lejos de criticar esta vulgarización, debemos tener en cuenta el sentido real del término y el secreto que entraña, que no es otro que la frustración de saber que tal sentimiento no es otra cosa que el amor hacia la sombra en la caverna de un concepto que sólo existe en el mundo de las ideas, en los libros, en la literatura.

La idea más elevada del hombre es un invento cultural. Y por si esto fuera poco decepcionante, la trascendecia amorosa que el ser humano busca, la totalización con su objeto amado, sólo se encuentra en la muerte puesto que de ninguna otra manera dos entidades, dos personas, pueden unirse completamente.

Pero esta es sólo la visión más estricta que en el “amour courtois” seguirían, utilizando el lenguaje propio del momento, unos cuantos “perfectos” y que se refleja de manera mucho más fiel en las “cansons” trovadorescas que en los “romans”.

La novela quizá requería de más juego, y es por eso que en ella, los “iniciados” plasmaron no sólo el conflicto de convivir con tal sentimiento, sino algunos posibles apaños para trampear la penosa situación.

(...)

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