dimarts, 5 de maig del 2009

el hogar

Hoy no es un día diferente a los otros. No creo que el hecho de que una "munió" de paletas (perdón, albañiles) esté removiendo las entrañas de mi terrado (lo de terraza no pega en el léxico que asocio a mi barrio) pueda suponer un cambio substancial en la vida de alguien. Desde las ocho de la mañana han estado destrozando el techo sobre mi cabeza, que, encomendándola a Sant Muç, no ha sucumbido a mi habitual migraña matinal. La caja de ibuprofeno, a la que mi madre y yo corremos a cada momento (no sin frecuentes acusaciones de "¡¿Quién se ha acabado las pastillas?!") ha evitado hoy ser atacada, al menos, por mi parte.
A parte del obsesivo e infernal ruido de las máquinas levantando las "rajoles" (¿Baldosas?¿Losas?, ¿es una palabra un poco necrólogica, no?) hoy ha sido uno de esos días que taaanto me gustan a mí. Esos días en los que no te tienes que quitar el pijama, que vas con el pelo sucio y despeinado, que no te tienes que poner las lentillas y que, sobretodo, no tienes ¡que salir de casa! Y éste es el verdadero cambio. ¡Cuánto tiempo sin poder disfrutar de un día así! El hecho de que hace ya algunas noches que el alumbrado público funciona noche sí noche no, me ha permitido dormir con la persiana abierta y despertarme con la luz (y con el ruido de las máquinas). ¡Oh, qué gusto, el sencillo placer de tomarte tu taza de té matinal leyendo el 3/24 y escuchando música (y las máquinas)! Es uno de esos momentos en los que le das gracias a la Providencia por vivir en una tranquila ciudad (para nosotros, "el pueblo") y en una calle donde la edad media de sus habitantes no baja de los sesenta años. Esto te permite, entre otras cosas, salir en albornoz y zapatillas a la calle, poner la silla al fresco en verano mientras te tomas una buena limonada de tu abuela querida, quitar las manchas rebeldes en el lavadero de tu patio y escuchar el silbato del afilador, o en su defecto, el del camión del butano. Son esas pequeñas cosas entrañables que...
No importa pues, que tengas que hacer mil trabajos, estudiar estupideces para sacarte la maldita carrera (la foto con birrete y corbata, guardada en un cajón del escritorio, presiona, sin duda) mientras puedas estar en tu casita, en tu habitación, con su orden inverosímil (para otros habitantes de la casa, desorden), tu música y tus libros polvorientos.
Ahora, pero, el reloj te precipita hacia la realidad: que mañana tu reinado de paz, tranquilidad y amada soledad se habrá acabado. Que la alarma sonará a las seis de la mañana. Te ducharás, te mirarás en el espejo, pálida y pecosa, no sabrás qué ponerte, y aquella camiseta en la que habrás pensado estará, mira por donde, esperando la plancha. As del deporte, de piernas fuertes y paso contundente, correrás hacia el autobús que te llevará a la estación, donde, horario de trenes en mano, intentarás cuadrar la combinación de paso del ferrocarril.
El olor nauseabundo a humedad te golpeará de buena mañana como recibimiento de tu querida universidad, donde pasarás las próximas...10 horas, desesperándote, buscando cualquier excusa para distraerte, una nueva flor en el césped, una mota de polvo en el teclado, ese chico misterioso que nadie sabe quién es y ¡atención! le llaman al móvil...mmm ya lo decía yo, esa mirada taaaan azul debe tener dueña, o dueño. Celebremos tal acontecimiento, tal gratificante aparición y vayamos fuera a fumar un cigarrito, que debe haber algún antiguo compañero que te explicará los últimos cotilleos sentimentales. De paso, compraremos el diario, a ver qué ha pasado hoy en el mundo y qué patraña cebaremos para realizar el informativo de radio de hoy de nuestra facultad de ciencias de la comunicación...

1 comentari:

  1. Me ha gustado mucho esta entrada. Siento no sentirme con fuerzas para concentrarme lo suficiente y tratar de entender del todo las otras en catalán.
    Me encanta lo de "orden inverosímil".

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