dissabte, 13 de juny del 2009

virgencita que me quede donde estoy

(Con lo que me gusta a mí quejarme y a veces tengo que decir: ¡Ay Virgencita, que me quede como estoy y donde estoy!)

Lo mejor del transporte público, y a veces también lo peor, son las esperas y compartir el espacio con el resto del universo. Para una persona cotilla y fantasiosa como yo es una fuente inagotable de rumores, suposiciones, castillos en el aire e inspiración para mil novelas que, por falta de tiempo, inteligencia y sobretodo, don para la escritura literaria, nunca se materializarán.


No obstante, en las paradas de los autobuses sobretodo, se escucha y se observa a la más variopinta gama de personajes (que a veces adquieren la relevancia de "persons") que uno podría imaginar y, sin sentirse escudriñados, se encuentran en toda su plenitud y salsa.

La parada de mi barrio no ofrece tampoco mucha novedad: unos cuantos jubilados que van al huerto a recoger unas cuantas patatas, un puñado de iaias permanentadas con su carrito hacia el mercado y los cuatro amigotes adolescentes imposibles de ignorar con la musiquita de sus móbiles. Ellos lo hacen para culturizarnos, no os creáis. Creo que hay algunos discos de raggaeton que todavía no han sonado en ninguna discoteca de la comarca. Todos los géneros tienen su faceta más underground. Digo yo que el reggaeton no puede ser menos. Tal desfile en vivo del catálogo de Bershka ha estado retratado mil millones de veces en todo tipo de artículos, viñetas, películas y cualquier tipo de producción humana. Pero el otro día me sorprendieron. ¡Ahá!

Perdí el bus, como siempre, por mucho que corrí calle arriba cogiéndome el bolso para que no me golepara el estomágo, y recé para cogerlo, una, y dos, para no partirme la boca con mis patosas gambadas. La segunda oración fue escuchada, pero el bus bajó sin esperarme, no sin antes escuchar unas cuentas lindezas de mi cándido e inmaculado lenguaje coloquial. Y me maquillé (yo tengo muy mala cara), aunque me suelo maquillar en el bus, donde he desarrollado una habilidad casi circense en el manejo de los pinceles, el lápiz de ojos y el pintalabios sobre el terreno accidentado de mi barrio. Y entonces, en estas, apareció él. Metro ochenta, torso moreno y desnudo (sudadico también), corte de pelo estilo cenicero, cargadico de cruces de oro (un chico religioso), pantalones cortos ajustados (no es necesario precisar más) y piernas perfectamente depiladas (acto reflejo me miro las mías...¿dónde se depilará el jodío?). Y al levantar la vista, plam, allí estaba. Pero ¿si no puede ser? Marina, sí. ¿Cómo? La asociación de tal objeto con mi tierna imagen del viejecito al sol en Ca n'Oriol fumando de la pipa y jugando a la petanca no me casaba con aquel uso. Colgando de su fuerte mano cargada de oro se balanceaba una especie de caja, más bien, una funda a rayas que escondía....

¡UNA JAULA!

Un chico con sensibilidad para los animales. Oye, me sorprendió, pero me parece muy bonito la verdad. ¿O es un nuevo complemento de moda? Si las pijas llevan chihuahuas repipis, la clase media puede llevar un canario en una jaula, que molesta menos y es más limpio.

En esas que cuando no me había recuperado del shock, empecé a escuchar una melodía...machacona sí, primero los bajos de la canción PUM PUM PUM, sobre la carpeta, en la marquesina, en mi cabeza. Una ráfaga de coche ¿? se lleva la musiquita. No pasan treinta segundos que el segundo Marty Mcfly rompe el aire. Un recuerdo vago de la adolescencia. Miro la hora. Las 11 y media. No es la hora del chico de la Coca-Cola (miro de soslayo al personaje de la jaula que se emboba mirando el patio del instituto) mmm definitivamente no. Es la hora del recreo, cuando las "niñas" del bachillerato salen a la calle, hay movimiento en las ventanas y en el patio. Y unos metros más allá, observo como, cada vez que uno de esos intrépidos amantes se salta el límite de velocidad, una decena de manos colapsan los barrotes de la valla.
Y no son tantos, pero hacen y deshacen el recorrido unas cinco veces, hasta que suena el toque de queda, en este caso, la campana de vuelta a la clase.

Pero..¡ai el amor! salta en el sitio menos esperado, como el pajarico de la jaula que espera el rayo de sol para entonar su dulce canto. Como la llamada de la amada, que desde unos cincuenta metros, grita su nombre al ver a su lucero, su vida, su amor, su único: el chico de la jaula.
Él le contesta con un gruñido, no por eso debe de ser menos cariñoso, no queramos entrometernos en el lenguaje secreto de las parejas.
-Joer pavo, me dijiste que saldrías pronto-dice él balanceándose ligeramente mientras hincha el pecho (perfectamente depilado y tostadito por el solano que cae en la piscina municipal).
- Tss-dice ella mientras se acerca...también balanceándose sobre sus pantalones de campana...debe ser alguna danza amorosa preliminar...-macho la tarada esa de la profe que ma costao convencerla...le he dicho que me dolía la cabeza y la garganta y que me pasao la noche potando y tal...anda, vamos a ver la peli.
Y por fin el amor se materializa en un húmedo y barroco beso, que no por eso menos cándido y virginal, propio de esta estación del año.
Él la sujeta del bolsillo de detrás del pantalón y avanzan hasta que sólo se divisa un repollo de pelo rizado multicolor.

Éstas son historias bonitas, historias tiernas, reales, de gente que, sea como sea, es consecuente con sus origenes y su ambiente.
Por eso prefiero el autobús. En el tren, una vez que te mezclas con todo el personal que va a la oficina y la universidad, te encuentras géneros urbanos no tan simpáticos, con ese género que no tragas, que te saca de tus casillas, que pondrías a trabajar en una fábrica de conservas turno de noche RIS RAS a limpiar pescado: los alternativos, los vintage, los underground, los pops, los razzeros, los indie, LOS GUAYS.

Se esconden en sus gafas rayban, sus cascos marca NOTHIFIXIS (porque te duele el bolsillo) que reproducen una y otra vez grupos súperalternativos de nueva oleada indie británica que siguen la estela del primigenio sonido new wave finales años setenta que desnudan el rock y el pop de las impuras convenciones y maquillajes de los ochenta y noventa, pero que a la vez recuperan tintes a lo Oasis, Stone Roses y Joy Division. ¿Véis? Es que cansan sólo de leerlos.

Pobres. Debajo de sus camisas de cuadros y de sus vestidos vintage (para tí y para mí, viejo) que hasta hace poco dormían entre polillas y ramas de lavanda de algún armario olvidado de mi barrio o el tuyo y que una vendedora astuta se agenció, late un corazón sensible que se deleita con la ambrosía artística actual y del año en que mi abuela era moza. Porque, para que nos entendamos, lo guay es lo súpernuevo, pero también lo súperviejo. Se trata de extremos. Esta gente tiene una vida dura. Ahora en serio. Figuraos que, cada fin de semana tuviérais que desenvainar 15 eurazos (mmm o sea, una cuarta parte de mi sueldo semanal...me duele) por noche para ir a Razz para pelearos en la cola del lavabo, deambular de sala en sala e intentar recabar algo de aire en la lata de sardinas de la pista cual pequeños pececillos dorados. Y encima, algunas tardes tuviérais que tragaros una sesión maratoniana de películas en versión original (y no en inglés, no, en francés) de Godard y Truffaut para después iros a un bar oscuro y en el que NO se puede fumar de la quinta forca de Gràcia a discutir sobre el visionado y poner cara de


emoción.


Y no se trata de decir: sí, pues me ha gustado, sí sí, estaba muy bien...NO. Sino discutir sobre los planos y el lenguaje cinematográfico (es que en ese plano detalle latía toda la emoción del personaje en ese trance filosófico de su vida, lo cual me recuerda a aquel pasaje de aquel libro de Sartre en el que...), haciendo valer tu inmensa cultura general. Y para rematar la cosa, de vuelta en el tren, enfundado de nuevo en tus cascos, tener que escuchar música en francés que no entiendes ni un pito y que te obliga a estar letra en mano (oh google salvador, oh traductor de google) cada vez que pasas de pista. Y cada corte, más de lo mismo: una tía que parece no haber conocido varón en su vida, susurrando guturales con una vocecita casi de taza de váter porque sufre esta misma vida dura del guay, del indie, del pop, del alternativo que no la deja ni gritar, ni machacar una guitarra eléctrica ni desahogarse con una batería porque no tiene fuerzas para más de lo deprimida que está la pobre florecilla.

No sé vosotros, pero yo me vuelvo pa' mi barrio con el de la jaula... y virgencita, que me quede donde estoy.

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